martes, 19 de julio de 2011

LA MUÑECA (corregida)

La muñeca

Mi papá le regaló esa muñeca a mi hermana mayor por su cumpleaños. Al parecer la encontró en un bazar. Según mi mamá era una reliquia. Casi tan alta como yo a mis siete años, tenía el pelo dorado con rizos cayéndole hasta los hombros, grandes ojos azules, una pequeña nariz y una boquita en forma de beso.

Mi mamá le hizo un vestidito de terciopelo verde con mangas de globo, un collar y adornos de encaje blanco; incluso le consiguió unos calzones largos, medias, guantes y unos zapatitos de charol. Bonita, ¿verdad?

Lo admito, la primera vez que la ví me pareció chistosa. Incluso pensé en tomársela prestada a mi hermana cuando se descuidara. Pero eso fue antes de verla moverse sola. No fue gran cosa. Mi hermana le cargó en brazos para llevarla a su cuarto, me pareció, por un momento, verla parpadear. No pensé mucho en eso, dándolo por algún efecto de la luz, después de todo era una locura.

Mi hermana comenzó a llevarla por todos lados, eso era muy molesto. A la hora de las películas, la sentó en mi lugar alegando que yo podía sentarme en el piso. Enojado, traté de empujar a la muñeca. Lancé un grito de dolor y retrocedí rápidamente llevándome la mano a mi boca: mi dedo sangraba. Mamá regaño a mi hermana y luego a mí, diciéndome que no peleara. No supe explicar que paso, pero juró que esa cosa sonrió.

En otra ocasión la vi sentada en la sala cuando pasé hacia a la cocina por un bocadillo. Cuando volví a pasar por ahí, estaba de pie apoyada en el sillón más cercano a la puerta. Cada vez empecé a notar más y más estos detalles. Intenté explicárselo a mis padres, pero no sirvió de mucho: mi papá me miró raro para luego reír y decirme que tenía mucha imaginación. Mi mamá me tocó la frente temerosa de que estuviera enfermo. Mi hermana sólo me llamó miedoso.

Era muy molesto. Aunque lo eran todavía más los pequeños accidentes de los que yo era víctima a su alrededor, no sólo por la colección de moretones, rasguños y cortadas que estaba juntando, sino porque mis padres no dejaban de reprenderme por no tener cuidado.

Una noche de camino al baño solté un alarido de terror cuando, al abrir la puerta, me topé cara a cara con la muñeca. Y sentí sus pequeñas manos empujándome con gran fuerza, solo la vi ahí parada sonriendo fríamente, mientras la gravedad hacía el resto. No recuerdo mucho luego del golpe en la nuca. Nadie me creyó cuando intenté explicar lo que paso, otra vez.

Fue después de eso que decidí hacer algo para que se fuera de mi casa. No podía seguir así.

Me dediqué a observarla con cuidado, atento, buscando el mejor momento para atacar. No sabía muy bien qué hacer, pero esperaba que la actitud un tanto superficial de mi hermana me ayudara. A ella no le gustaría tener una muñeca fea en su perfecta colección.

No me molesté en gastar saliva con mis padres otra vez. Ellos no entendían, tal vez era mejor así. Ignorando lo mejor posible los ataques de la muñeca, comencé a notar un patrón: cuando mi hermana no estaba en la casa, esa cosa no se movía. Debía atacar entonces.

Elegí las tijeras más filosas que tenía mi mamá, en su baúl de costura y, cuando mi papá no miraba, tome uno de los plumones de dibujo de su estudio, teniendo mucho cuidado de que no se notara su ausencia. Luego fui paciente y esperé en mi cuarto a que mi hermana saliera a su clase de piano. Eso me daría dos horas a solas con la muñeca, al menos relativamente, ya que debía tener cuidado de no despertar a mi padre, que suele dormir la siesta en el cuarto de al lado.

Pasando unos minutos después de que mi mamá y hermana se fueron, salí en puntillas de mi cuarto, con las tijeras y el plumón en el bolsillo trasero. Es increíble lo mucho que rechinan estos pisos de madera cuando tratas de no hacer ruido. Ante el rechinido que soltó la madera bajo mi pie me quedé muy quieto frente a la habitación de mi papá, esperando escucharlo despertarse y salir a preguntarme qué tanto hacía.

Luego de un rato suspire de alivio y seguí mi camino. Abrí cuidadosamente la puerta del cuarto de mi hermana. El color rosa atacó mis ojos en el acto, tuve que parpadear repetidas veces, creyendo haberme quedado sin visión por unos segundos. A mi hermana le encantaba el rosa, color asqueroso en mi opinión. Armándome de valor, cerré la puerta detrás de mí. Busque en ese mar de peluche rosado a la muñeca de mis pesadillas.

Ahí estaba, inocente, sentada en una sillita rosada, entre un montón de muñecos, y por alguna razón me dio la impresión que dormía. Saqué los dos objetos de mis bolsillos, y cautelosamente me acerqué, me iba a asegurar que quedara tan fea que mi hermana no quisiera quedarse con ella jamás.

Las cosas no mejoraron, porque aparte de llevarme un gran regaño, mi hermana no dejó de querer la muñeca e intentó repararla. Ahora es más terrorífica que antes.

Si dejara de estar ahí afuera, con su único ojo fijo en mi puerta, el otro perdido en la oscuridad de su cabeza, su rostro deformado por los tijeretazos y los rayones del plumón, sus cabellos recortados casi al rape (con sólo unos cuantos rizos cubriendo sus orejas), sus labios torcidos en una sonrisa un poco macabra, esperando a que me descuide, aguardando paciente su venganza.

Estoy seguro de que las tijeras y el plumón rosa de mi hermana que desaparecieron esta mañana, están en alguno de los pequeños bolsillos de su vestido de terciopelo.

1 comentario:

  1. esta es como la corrección numero 6 espero que ahora si no se me pasara nada y que puse los acentos que faltaban... o_O

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