sábado, 30 de julio de 2011

EL MUNDO DE NAYDE por Socorro López Núñez

Desde esa tarde mi vida no es la misma, a veces me pregunto si lo que pasó fue real. Es cierto que siempre amé la naturaleza, pero… ¿Quieres saber lo que sucedió? No lo he platicado nunca, pero a ti sí te lo voy a contar.
Fui con mis amigos a acampar, escogimos una región boscosa, cerca del rio, después de levantar las casas de campaña, decidimos explorar un poco por los alrededores; entonces escuché una música extraña pero conocida, traté de recordar donde la había oído y me di cuenta de que en el cine, parecía ser música de gaitas, la cual se mesclaba con los sonidos de la naturaleza semejando algo mágico, me sentí intrigado, ¿gaitas aquí?, caminé tratando de descubrir de que lugar venía la música, el aroma de la primavera llegaba a mí como una suave brisa, seguí caminando sin darme cuenta de que me había alejado mucho de mi campamento y de mis amigos; fue entonces cuando la vi, era una hermosa joven con un vestido hecho de conchas, la que absorta tocaba la zampoña; los rayos del sol a través de los arboles la iluminaban dando a su piel y ropas un aspecto irreal. Estaba atontado, no sé cuánto tiempo pasé inmóvil escuchándola. Cuando dejó de tocar me acerqué lentamente, ella al verme trató de huir, pero se lo impedí tomándola de la mano.
-No te vayas.
-Déjame.
-¿Quién eres, cómo te llamas?
-Tengo que irme.
-No voy a hacerte daño.
- ¿Me lo juras?
-Te lo juro, solo quiero ser tu amigo.
- Entonces acompáñame. Mi nombre es Nayde y soy un espíritu de la naturaleza.
-¿Eres real?- pregunté.
_Por supuesto- dijo sonriendo-. Acompáñame.
Me tomó de la mano y comenzó a caminar. Yo la seguía, fascinado, así llegamos hasta la boca del río. Nayde se arrojó al agua arrastrándome con ella. Una corriente nos llevó hacia el mar. “Es mi fin “-pensé-. La corriente nos acercaba peligrosamente a unos arrecifes de coral, cerré los ojos esperando mi muerte y me imaginé destrozado entre ellos.
De pronto, sentí que todo se aquietaba, tampoco yo me movía, no sentía dolor ni escuchaba ruido alguno. ¡Estoy muerto!-pensé-, pero en ese momento se escuchó una fuerte voz:
-¡Alto! ¿Qué hace él aquí?
-Yo lo traje. Prometió no dañarnos.-dijo Nayde.
-Sabes que antes de admitirlo como amigo, debe pasar una prueba.
-¿Qué prueba? ¿Dónde estoy?- pregunté temeroso.
-¿Llévenselo!- prosiguió el anciano?
No sé de donde salieron dos fuertes jóvenes montados en enormes peces, llevaban el torso descubierto , como arma portaban unos arpones, me condujeron a un camino lleno de latas vacías, botellas plásticas y basura en descomposición. Mis pies se hundían entre los deshechos haciéndome resbalar y caer más de una vez.
Por fin llegamos a nuestro destino: hermosas casas hechas de piedras marinas, estaban abandonadas, algunas totalmente destrozadas, las calles y avenidas totalmente cubiertas de un lodo espeso y maloliente.
-¿Qué vamos a hacer aquí?- pregunté.
Nadie respondió, busqué a mí alrededor pero estaba solo, mis guardianes habían desaparecido.
La luz era más tenue a cada momento, me sentía fatigado, también tenía miedo, por lo que busqué un lugar donde refugiarme para descansar, con la esperanza de que los jóvenes de los arpones regresaran. Vencido por el cansancio me quedé dormido, aunque no por mucho tiempo. “¡Un terremoto!” –grité-, despertando espantado. Recordé donde estaba. Hasta ese momento reaccione: “estoy respirando bajo el agua”, pero no pude seguir con mis reflexiones, pues el temblor se sintió nuevamente. Intenté, salir de mi refugio para alejarme de las construcciones, entonces me di cuenta de que no estaba temblando, era una avalancha de lodo pestilente, que caía sobre la ciudad, volví a mi refugio. El olor era insoportable. “Me trajeron aquí para dejarme morir”- pensé-, esperaré la muerte. Luego me rebelé: “no lo lograrán, no me voy a quedar aquí, tengo que salir”-me dije-. Trepando por las ruinas de las casas, llegué a los restos de azoteas, caminé por ellas con mucho cuidado, pues en caso de caer moriría sepultado entre la podredumbre. En ratos quise desistir y dejarme caer, pero mi corazón decía “vuelve a intentarlo”. Cada vez era más difícil, mis manos estaban lastimadas, mis pies se movían con dificultad, resbalé, caí al vacío… sentí que unas manos poderosas me sostuvieron, entonces perdí el sentido.
Cuando desperté, me encontraba recostado en una cama de algas, Nayde estaba a mi lado.
- ¿Qué pasó?-Pregunté.
Ella sonrió y salió de la habitación, (era un lugar pequeño y muy limpio, decorado con variedad de conchas.), por la puerta apareció el anciano culpable de mis desgracias. Tuve miedo.
-Bienvenido a nuestro pueblo-dijo- pasaste la prueba.
-¿Qué prueba?-pregunté- él continuo hablando.
-No cualquier humano puede ver a un espíritu de la naturaleza, únicamente los de buen corazón, por eso Nayde te trajo con ella, pero antes de aceptar tu presencia en nuestro mundo y darte una misión, debía comprobar tu valor. La prueba era dejarte solo en nuestra antigua ciudad y que salieras de ella. ¡Lo lograste!
-¿Su antigua ciudad?
-Sí, por miles de años fue nuestro hogar.
-¿Qué sucedió? ¿Por qué la abandonaron?
-Aparecieron los hombres. Al principio convivimos con ellos, guiábamos los peces hacia sus redes, para que no les faltara alimento, les dábamos consejos y medicinas, pero hoy…
-¿Hoy qué?
-El hombre está destruyendo el planeta, todo lo ensucia y contamina, destruye la naturaleza y con ella a los espíritus que la habitan (existen otros seres como nosotros en la superficie y en el interior de las montañas), tú lo palpaste, estuviste entre contaminantes, primero en el camino, luego en la ciudad. . .
-La avalancha de lodo –me apresure a concluir.
-No es lodo-el anciano sonrió tristemente.
-¿Entonces?-pregunté temeroso de lo que estaba pensando.
-En las noches descargan las aguas negras del puerto. Esa es la razón por la que abandonamos nuestra ciudad. Logramos refugiarnos en los pocos lugares como este donde no hay contaminación. Pero ven, acompáñame a conocer mi pueblo.
Salimos del cuarto y pude ver que sus pequeñas viviendas estaban talladas en el arrecife.
Todo en el pueblo era realmente mágico. Los niños más pequeños aprendían a montar sobre los caballitos de mar, los más grandes a conocer flora y fauna (enseñados por una anciana), hombres y mujeres de diferentes edades trabajaban en grupos, unos preparaban la comida abriendo ostras pequeñas, luego las colocaban en enormes conchas que servían como bandejas; otros limpiaban las conchas desechadas por los primeros para pulirlas; después las pasaban a los encargados de elaborar ropas, utensilios, adornos y otras cosas más. También vi una manta raya tripulada por uno de los jóvenes que conocí el día anterior, en ella traía un cargamento de ostras para los cocineros, al verme me saludó moviendo la mano con alegría.
Estaba feliz, contagiado de la armonía que reinaba en el lugar.
-Es hora de que regreses a tu mundo –dijo el anciano.
-Pero…
-Tú tiempo bajo el agua terminó. Al traerte, Nayde te envolvió en una burbuja con aire de la superficie, por eso puedes respirar, tú no puedes verla. El aire se está agotando, debes irte o morirás.
-Lo siento-dijo Nayde.
-¿Puedo despedirme de los demás
-No hay tiempo. Pero el motivo para que vinieras fue una misión y no te puedes ir sin conocerla. Desde hoy tu misión es salvar a la naturaleza, lucha por ello, no desistas. Cuando nos necesites, toca esta zampoña y te buscaremos, amigo. Ahora vete.
De inmediato sentí que una fuerte corriente me arrastraba alejándome de ahí, entonces perdí el sentido.
Desperté en el bosque, apenas anochecía. Mis amigos me buscaban. Sólo habían pasado unas horas, yo no dije nada de mi aventura, “fue un sueño” – pensé-. Sin embargo esta zampoña que siempre me acompaña. Estaba junto a mí.
¿Tú qué piensas?

martes, 26 de julio de 2011

Umbra - repost

Perdón a todos por repostear esto, pero esta es la versión -final- de mi cuento. Ya corregí unos detalles que estaban todavía en la última versión que postee.



Umbra

por Javier Romero


Hubo una vez, en una tierra muy lejana, una feliz pareja que tuvo un niño. Eran pobres y en ese tiempo los nacimientos ocurrían en la casa de uno, asistidos por la partera del pueblo. El nacimiento transcurrió sin problemas. El niño había nacido saludable y completo, para alegría de los presentes. Al principio nadie notó nada extraño con el bebé, pero mientras la partera limpiaba al niño, casi lo dejó caer cuando vio la sombra del pequeño dibujada en la pared por la luz de las velas: unos pequeños cuernos, alas de murciélago y una cola que terminaba en pico sobresalían de aquella minúscula figura. La comadrona se persignó mientras rezaba una oración, a la vez que se los entregaba a los padres. Éstos, asustados de ver aquella sombra, tomaron al niño, temblorosos. La madre, sin embargo, cargó a su hijo y lo abrazó con ternura y amor. La pareja hizo que la partera jurara que aquél secreto nunca escaparía de sus labios. Ella prometió no revelar nada a nadie y prender una vela cada mes, así como orar, porque esa luz iluminara a aquel niño que había nacido con una sombra como esa.

El tiempo transcurrió. Para evitar que alguien descubriese el secreto de su hijo, sus padres lo cubrían, sin importar la estación o el clima, con mucha ropa cada vez que salía o que llegaban visitas a la casa. Camisas, gorros, guantes, abrigos, sombreros, pantalones, y demás ocultaban los rasgos más llamativos de aquella sombra demoníaca.
Dylan, que era el nombre del niño, creció sin mayores problemas. A pesar de que lo consideraban raro por siempre estar tan abrigado, tenía amigos y era feliz. Claro, él mismo estaba consciente de su sombra, así como de los problemas que acarrearía si alguien se enteraba de ello, pero prefería no pensar mucho en esas cosas.

Ocurrió una tarde de tormenta. El cielo era un tapiz negro cuya superficie cambiaba para revelar formas tenebrosas que escupían relámpagos y maldecían con sus voces de truenos. Hacía unas pocas horas, sólo un par de nubes perezosas pastaban en la pradera azul. Todos fueron sorprendidos sin sombrillas ni paraguas, tanto los niños en la escuela, como los adultos en sus trabajos. Los estudiantes pudieron salir antes para que no les atrapara la cortina de agua que caería, sin lugar a dudas, de inmensos nubarrones. Por desgracia, las nubes deseaban empapar aquella tierra, en especial a sus habitantes, pues apenas salían los escolares, cuando el cielo comenzó a llorar. La tormenta parecía castigo divino. Algunos hubieran recordado aquel día por su impredecible naturaleza, pero estaría en la memoria de todos por otro motivo: una ráfaga de viento helado robó el sombrero y levantó la gabardina hasta el cuello de Dylan; la luz de un relámpago también se convirtió en ladrona aquella tarde, pues clara como el día, reveló los cuernos y la cola dibujados en el piso a todos sus atónitos compañeros. Sosteniéndolo entre varios, lo acercaron a uno de los faroles que se habían encendido para combatir la oscuridad. Sus rostros se llenaron de horror al contemplar la sombra maligna. Aquéllos que en ese momento lo retenían abrieron sus puños para soltarlo, asqueados de tocar a un ser como aquel: un demonio disfrazado de compañero de clases, de niño, de amigo.
Todos le gritaban maldiciones y amenazas, sus voces compitiendo con los estruendos celestiales. Algunos tomaron piedras u objetos tirados en las calles empedradas para lanzárselos; unos cuántos de estos proyectiles alcanzaron a Dylan. Él solo podía escapar, despavorido. Jamás pensó que fuesen a tratar de esa manera a alguien que conocían desde hacía tanto tiempo. Llegó a su casa, y encontró a su madre preparando la comida. Le contó lo que había ocurrido. Ella lo estrecho contra su pecho y le besó la frente. Tendrían que escapar de ahí cuanto antes, de lo contrario lo más seguro era que los matarían a ambos.
Su madre no estaba equivocada: la voz se corrió en todo el pueblo. En cuestión de minutos, y a pesar de la tormenta, una turba se movía con dirección a la pequeña casa que había visto nacer al niño de la sombra diferente. El padre de Dylan, en su camino de regreso a su hogar, tras escuchar lo que quienes que azuzaban a la muchedumbre gritaban, corrió sin detenerse hasta su hogar; alcanzó a su esposa e hijo para los tres huir con lo más esencial empacado en un par de valijas. En el camino, algunos hombres, les cerraron el paso para tratar de capturarlos. “¡Bruja!” —le decían a su madre—, mientras que a su padre le llamaban “servidor de Satanás”; al propio niño lo marcaron como monstruo o engendro. A pesar de que eran cuatro hombres, el padre de Dylan se lanzó contra ellos. Uno de aquéllos se resbaló y parecía haber quedado noqueado, mientras que las lámparas de aceite se rompían en el suelo, esparciendo el líquido en los charcos de agua que el cielo seguía decantando. Los otros hombres asieron de los brazos al padre de Dylan, pero su esposa salió a defenderlo mientras le gritaba a su hijo que huyera. Paralizado de miedo, el niño no se movía. El hombre que se encontraba en el suelo le agarró el talón, esperando capturarlo. Dylan pateó aquella mano que lo apretaba con tanta fuerza, logrando que le soltara para escapar. Asustado y confundido por todo lo que estaba ocurriendo, salió corriendo, perdiéndose en aquella tormenta que resonaba con su alma.
Cuando ya no pudo más, cuando sus pulmones le ardieron y sintió que su corazón estallaría, se sentó. Por primera vez giró para ver su pueblo. Observó dos nubes de humo elevarse como pilares de ónix hacía el cielo, fundiéndose con el negro techo que era la tormenta. Contempló largamente las fumaradas, pensando en que, dentro de ellas, se iban sus memorias, sus sueños y alegrías de la infancia. Entonces sus lágrimas se confundieron con las gotas de lluvia que surcaban sus mejillas.

El solitario Dylan viajó por el mundo. Siempre vestido con largas y holgadas prendas que le llegaban hasta los pies, así como sombreros o capuchas que no dejaban ver su rostro. Buscó sin descanso libros arcanos, hombres sabios o sacerdotes de antiguas religiones para solucionar su problema: corregir su sombra. Pero todos le rehuían al momento en que les revelaba la razón de sus preguntas y curiosidad por los secretos de antaño. No fue sino hasta que una anciana mujer, cuya edad era en sí un misterio, miró a través de su bola de cristal; consultó las tablas astrológicas; hasta lanzó las runas dentro del cráneo de un hombre ahorcado tres veces, que obtuvo una respuesta. La anciana, con su voz ceniza recitó:

“Deberás viajar al fin del mundo,
más allá de los desiertos de hielo,
más allá de los bosques pétreos
y de las llanuras carmesí.
A la tierra que colinda
con el mundo de la penumbra.
Ahí encontrarás a un demonio
que posee lo que deseas.
Deberás matarlo con tus propias manos
para así recuperar lo que perdiste
desde el momento en que naciste.”

Antes de que el joven de la sombra se retirara, la mujer lo detuvo y de entre los pliegues de su vieja y gastada ropa sacó una larga espada enfundada. Ninguno dijo una palabra, pero Dylan se llevó el arma.
El muchacho comenzó su jornada esa misma noche. Duró 3 años, 3 meses y 3 días llegar hasta el fin del mundo. Cuando llego al borde de ambos mundos, justo ahí, al parecer esperándolo, estaba un demonio sentado en una roca. Era rojo, con una cabeza alargada y un par de ojos depredadores adornaban sus facciones afiladas. Cuando éste avistó al joven humano, descendió de la piedra. Dylan pudo ver que sólo era un poco más alto que él, sin embargo, su figura lo hacía ver amenazador: sus alas eran enormes, y su cola y cuernos parecían hechos para matar. Lo que más llamó su atención fue su sombra que, alargada por el atardecer, se extendía y revelaba una silueta distinta: ella no tenía los temibles cuernos, ni la cola, ni siquiera las alas. Era la figura de un ser humano.
Mientras caminaba, el muchacho desenfundó su espada y el demonio mostró sus garras afiladas como navajas. Quedaron frente a frente. Solo había unos cuantos pasos de distancia entre ellos. Ambos podían escuchar la respiración y sentir el aliento del otro. Se observaron largamente; cada uno preguntándose quién era este contrincante que la vida, o el destino, les había impuesto. Durante este tiempo, las miradas de ambos se cruzaron, buscando a un enemigo en los ojos del otro. Dylan también observó que el rostro del demonio estaba lleno de cicatrices; su mente se llenó de dudas, pensando en si la vida de aquel ser oscuro habría sido igual o peor que la suya.
Estuvieron ahí, quietos, esperando que el otro hiciera el primer movimiento, nuestro héroe levantó su espada, a lo cual el demonio se arqueó para asumir una posición de ataque. La espada relucía con la luz rojiza del atardecer y siguió iluminada hasta que cayó al suelo, inerte, pues la mano que le daba vida la había soltado. Dylan se quedó inmóvil; el demonio se irguió de nuevo, al ver que el humano ya no era una amenaza sin su arma. El silencio que los envolvió fue roto por las pisadas del demonio mientras se acercaba. Cerrando sus ojos, Dylan hizo la paz consigo mismo. Entonces sintió la pesada mano del demonio posarse sobre su hombro. Sus párpados se abrieron y pudo ver una sonrisa en el rostro anguloso de aquel ser tan diferente que seguramente había atravesado por lo mismo, o peor que él. El joven levantó su mano para colocarla en el otro hombro del demonio. Ambos caminaron juntos, hacía donde se oculta el sol, donde las sombras se alargan tanto que pierden forma y sentido, para fundirse en el pasado.

Pollita Gus para iluminar

 
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Pollita Gus 2

 
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pollita gus 1

 
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Pollita gus

 
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Ya hay Ilustraciones

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martes, 19 de julio de 2011

LA MUÑECA (corregida)

La muñeca

Mi papá le regaló esa muñeca a mi hermana mayor por su cumpleaños. Al parecer la encontró en un bazar. Según mi mamá era una reliquia. Casi tan alta como yo a mis siete años, tenía el pelo dorado con rizos cayéndole hasta los hombros, grandes ojos azules, una pequeña nariz y una boquita en forma de beso.

Mi mamá le hizo un vestidito de terciopelo verde con mangas de globo, un collar y adornos de encaje blanco; incluso le consiguió unos calzones largos, medias, guantes y unos zapatitos de charol. Bonita, ¿verdad?

Lo admito, la primera vez que la ví me pareció chistosa. Incluso pensé en tomársela prestada a mi hermana cuando se descuidara. Pero eso fue antes de verla moverse sola. No fue gran cosa. Mi hermana le cargó en brazos para llevarla a su cuarto, me pareció, por un momento, verla parpadear. No pensé mucho en eso, dándolo por algún efecto de la luz, después de todo era una locura.

Mi hermana comenzó a llevarla por todos lados, eso era muy molesto. A la hora de las películas, la sentó en mi lugar alegando que yo podía sentarme en el piso. Enojado, traté de empujar a la muñeca. Lancé un grito de dolor y retrocedí rápidamente llevándome la mano a mi boca: mi dedo sangraba. Mamá regaño a mi hermana y luego a mí, diciéndome que no peleara. No supe explicar que paso, pero juró que esa cosa sonrió.

En otra ocasión la vi sentada en la sala cuando pasé hacia a la cocina por un bocadillo. Cuando volví a pasar por ahí, estaba de pie apoyada en el sillón más cercano a la puerta. Cada vez empecé a notar más y más estos detalles. Intenté explicárselo a mis padres, pero no sirvió de mucho: mi papá me miró raro para luego reír y decirme que tenía mucha imaginación. Mi mamá me tocó la frente temerosa de que estuviera enfermo. Mi hermana sólo me llamó miedoso.

Era muy molesto. Aunque lo eran todavía más los pequeños accidentes de los que yo era víctima a su alrededor, no sólo por la colección de moretones, rasguños y cortadas que estaba juntando, sino porque mis padres no dejaban de reprenderme por no tener cuidado.

Una noche de camino al baño solté un alarido de terror cuando, al abrir la puerta, me topé cara a cara con la muñeca. Y sentí sus pequeñas manos empujándome con gran fuerza, solo la vi ahí parada sonriendo fríamente, mientras la gravedad hacía el resto. No recuerdo mucho luego del golpe en la nuca. Nadie me creyó cuando intenté explicar lo que paso, otra vez.

Fue después de eso que decidí hacer algo para que se fuera de mi casa. No podía seguir así.

Me dediqué a observarla con cuidado, atento, buscando el mejor momento para atacar. No sabía muy bien qué hacer, pero esperaba que la actitud un tanto superficial de mi hermana me ayudara. A ella no le gustaría tener una muñeca fea en su perfecta colección.

No me molesté en gastar saliva con mis padres otra vez. Ellos no entendían, tal vez era mejor así. Ignorando lo mejor posible los ataques de la muñeca, comencé a notar un patrón: cuando mi hermana no estaba en la casa, esa cosa no se movía. Debía atacar entonces.

Elegí las tijeras más filosas que tenía mi mamá, en su baúl de costura y, cuando mi papá no miraba, tome uno de los plumones de dibujo de su estudio, teniendo mucho cuidado de que no se notara su ausencia. Luego fui paciente y esperé en mi cuarto a que mi hermana saliera a su clase de piano. Eso me daría dos horas a solas con la muñeca, al menos relativamente, ya que debía tener cuidado de no despertar a mi padre, que suele dormir la siesta en el cuarto de al lado.

Pasando unos minutos después de que mi mamá y hermana se fueron, salí en puntillas de mi cuarto, con las tijeras y el plumón en el bolsillo trasero. Es increíble lo mucho que rechinan estos pisos de madera cuando tratas de no hacer ruido. Ante el rechinido que soltó la madera bajo mi pie me quedé muy quieto frente a la habitación de mi papá, esperando escucharlo despertarse y salir a preguntarme qué tanto hacía.

Luego de un rato suspire de alivio y seguí mi camino. Abrí cuidadosamente la puerta del cuarto de mi hermana. El color rosa atacó mis ojos en el acto, tuve que parpadear repetidas veces, creyendo haberme quedado sin visión por unos segundos. A mi hermana le encantaba el rosa, color asqueroso en mi opinión. Armándome de valor, cerré la puerta detrás de mí. Busque en ese mar de peluche rosado a la muñeca de mis pesadillas.

Ahí estaba, inocente, sentada en una sillita rosada, entre un montón de muñecos, y por alguna razón me dio la impresión que dormía. Saqué los dos objetos de mis bolsillos, y cautelosamente me acerqué, me iba a asegurar que quedara tan fea que mi hermana no quisiera quedarse con ella jamás.

Las cosas no mejoraron, porque aparte de llevarme un gran regaño, mi hermana no dejó de querer la muñeca e intentó repararla. Ahora es más terrorífica que antes.

Si dejara de estar ahí afuera, con su único ojo fijo en mi puerta, el otro perdido en la oscuridad de su cabeza, su rostro deformado por los tijeretazos y los rayones del plumón, sus cabellos recortados casi al rape (con sólo unos cuantos rizos cubriendo sus orejas), sus labios torcidos en una sonrisa un poco macabra, esperando a que me descuide, aguardando paciente su venganza.

Estoy seguro de que las tijeras y el plumón rosa de mi hermana que desaparecieron esta mañana, están en alguno de los pequeños bolsillos de su vestido de terciopelo.

lunes, 18 de julio de 2011

La casona misteriosa (corregido)

LA CASONA MISTERIOSA

Ana Lilia Guerrero Vieyra

Es hora de ir a casa, mientras mi maestra nos explica cómo se hacen las sumas y las restas yo espero impaciente el sonido del timbre para salir a toda velocidad, y no es que no me guste la escuela ¿eh?, la verdad es que me encanta, pero hoy es viernes. ¿Quieres saber qué tiene de especial el viernes?

Pues verás; tengo un grupo de amigos con los que nos gusta jugar al detective y crear historias, buscar pistas y, ¿porque no?, en ocasiones hasta meternos en lugares a los que la gente mayor no se atreve como: los panteones o las casas viejas y abandonadas. Hemos vivido muchas aventuras juntos y hoy estamos tras la pista de la gran casona que se encuentra al final de la calle donde esta nuestra escuela, queremos descubrir los secretos que guarda la bruja, ayer supimos que falleció y queremos conocer más de ella y su casa.

Les platicare un poco sobre Martha, mejor conocida por los niños de la escuela como: la bruja. No sabemos si es señora o muchacha, su nombre lo supimos un día que el cartero lo gritó, le calculamos unos setenta años, malhumorada, a quien los niños no le hacían ninguna gracia, porque siempre hacían travesuras al jardín que ella tanto cuidaba, nunca hablaba con nadie, ni salía a la calle, no visitaba el mercado, siempre vestía de negro. La verdad es que a todos nos gustaba robar flores y salir corriendo, o tocar el timbre de la casa, ¡acepto que fuimos muy traviesos con ella!, pero era muy divertido. Y ahora su vida es un misterio que debemos descubrir.

Un día al tocar el timbre, Mariana, la más pequeña del grupo, se cayo, ¡ese día ella amaneció con los pies de trapo! se le atoraron y se fue al suelo como un costal de papas, todos corrimos como siempre, mientras ella gritaba: ¡no me dejen! fue entonces que la bruja, como todos la llamábamos por su pelo alborotado y su ropa vieja y fea, salió de su casa y cargó a Mariana, todos nos quedamos como estatuas, pensando qué seria de nuestra amiga, Juan dijo: “¿Qué vamos a hacer ahora?”

Raúl, que era el más grande y fuerte dijo: “¡Y qué tal si se la come!

Patricia la coqueta dijo: “¡Basta, debemos hacer algo!”

Fue entonces que se escuchó el rechinido de la puerta de madera vieja y apolillada que se abría. Mariana atravesó el jardín y salió de la casa con un delicioso helado, caminó lento y con el pie vendado hacia nosotros, mientras la observábamos comprobando que estuviera completa y a salvo. Entonces nos platicó que la señora Martha se portó muy bien con ella, la curó, le contó un cuento y le regaló un helado, y que en su casa tenia muchas fotos y cosas raras, además vio una puerta de cristal brillante que parecía un pasaje secreto.

Después de esto decidimos no cortar más flores, tal vez la bruja había usado a Mariana como carnada para atraernos hasta su casa y después nos torturaría hasta morir, mientras ella reía, o tal vez pensaba comernos uno a uno. Pero ahora que ella ya no está planeamos ir los seis. ¿Cuáles seis? Pues mis cuates y yo ¡Ah! Solo les he hablado de cuatro, es que me falta platicarles de Santiago, el niño más inteligente que jamás hallan conocido, el no habla mucho, pero es un gran chico, nos acompaña a todas partes, nos ayuda a construir maquinas, siempre cuenta con una herramienta extra que nos saca de problemas, es el inventor y genio del grupo y por supuesto, yo Felipe el más guapo y atrevido del grupo.

Hoy conoceremos los secretos de la bruja. Ha sonado la chicharra y todos salen corriendo. Yo, por estar pensando en lo que vamos a hacer, no pude levantarme para ser el primero. Pero todos me esperan en el patio.

—Vámonos, se hace tarde —dijo Raúl.

—Pero antes revisemos que todo esté en orden; lupa, lámpara, libreta, cámara, cuaderno para hacer anotaciones, un poco de galletas para el camino.

— ¡Todo listo!

Caminamos hacia la casa, al llegar a la puerta hicimos escalerita para entrar.

—El primero será Felipe —dijeron todos.

­ — ¡Claro que si!

—Soy el más atrevido, así que sin pensarlo salté, luego Mariana, Santiago, Patricia, Juan y finalmente Raúl. Caminamos por el jardín hasta la puerta de madera que estaba entreabierta, íbamos muy ordenados caminando uno detrás del otro, y de pronto la puerta se cerro y Patricia y Santiago gritaron: “¡La bruja!”

Todos volteamos pensando que ella estaba ahí, pero no había nadie, era sólo el viento que nos hizo una broma, todos estábamos asustados aunque lo disimulábamos muy bien, nuestra guía era Mariana que conocía un poco la casa, así que se puso al frente y dijo:

—La sala esta a la derecha y al fondo encontraremos la puerta de cristal, síganme.

Raúl encendió la lámpara y todos la seguimos con los ojos bien abiertos para no perder detalle alguno de aquel lugar tan maravilloso. La sala era vieja pero estaba muy bien cuidada, en la pared había muchas fotos; lo curioso es que todas eran de niños uniformados.

—¡Todos esos niños se los comedia la bruja! —dijo Juan.

—No sean tontos —dijo Mariana—, ella no comía niños, ¿no recuerdan que a mí no me hizo nada?

—Entonces ¿Qué significan esas fotos?

—No lo sé —dijo Raúl—, ¡pero lo vamos a descubrir!

Al llegar a la puerta de cristal, nos quedamos con la boca abierta, realmente era hermosa pero no había manija para abrir, ni chapa.

—Tal vez tenga un botón que pueda abrirla —dijo Santiago.

Y comenzamos a buscar alrededor, pero no había nada.

— ¿Y si debemos decir las palabras mágicas? —preguntó Mariana.

Cada uno dijimos una frase, pensando en que se abriría, pero nada, todo fue en vano, desanimados decidimos salir de la casa, fue justo al dar la vuelta que me tropecé con algo en el piso, era un cofrecito. ¡Ya teníamos una pista más! Sólo que aquél no podía abrirse porque estaba cerrado con llave, decidimos guardarlo en la mochila y buscar más pistas en la enorme casona. Regresamos a la puerta de entrada y subimos las escaleras que rechinaban mucho. El rechinido nos puso la carne de gallina. Al final de las escaleras encontramos tres cuartos.

— ¿Por cuál empezaremos? —dijo Patricia.

Todos nos volteamos a ver y preferimos dejarlo a la suerte. Santiago sacó una moneda. El primero fue el de en medio, era un cuarto lleno de juguetes, con una cama pequeña, un tocador con una lámpara y la foto de una mujer muy guapa con un niño.

¿Pero quién era esa mujer? Su rostro nos parecía conocido, esta era una pista más: fotos de niños con uniforme, un cofre y ahora la foto de una mujer con un niño.

Aún había lugares por visitar y debíamos buscar más pistas pero la alarma del reloj de Santiago nos avisó que era hora de regresar a casa, ya eran las siete y nuestros papás seguramente estaban preocupados por nosotros. Antes de irnos dijo Santiago:

—Déjenme intentar abrir el cofre.

Sacó de su mochilita un pequeño instrumento de metal, rodeamos el cofre y nos mantuvimos a la expectativa, pensando que ahí encontraríamos la respuesta a todas nuestras preguntas, la bruja no quería a los niños pero su casa estaba llena de fotos de niños y hasta existe un cuarto de un niño. Al fin el cofre fue abierto y de él salieron muchas cartas de niños, a su maestra favorita, con dibujos y frases donde agradecían su cariño y la felicitaban por ser tan divertida, parecía una mujer ejemplar —dijimos todos.

— ¿Quién será esa mujer? e

Nos quedamos con los ojos cuadrados y la boca abierta al descubrir que todas las cartas iban dirigidas a la misma persona: Martha.

Pero esto seria posible, la mujer a la que se referían esas cartas, era la misma a quienes nosotros temíamos, que buscar más información y esto lo haríamos en casa con nuestros padres, ellos nos contarían más sobre esa gran Maestra.

LA NOCHE DE LOS MIL OJOS Cuento por Fernando Cortés

Saúl era uno de esos malos estudiantes que no acostumbran llevar la tarea ni leer sus lecciones, por esa razón no aprobaba los exámenes con facilidad y a menudo lo castigaban, haciendo que se parara en el rincón, y obligándolo a que se pusiera las odiadas orejas de burro. A pesar de eso era bastante apreciado, por ser el clásico niño aventurero; el que siempre tenía en sus bolsillos objetos divertidos como: resorteras, canicas de colores y estampitas.
Aparte de ser pésimo estudiante, Saúl tenía un defecto muy grande: le gustaba sustraer cosas de las mochilas o de las bolsas de sus compañeros; cuando éstos no se daban cuenta era casi seguro que algún objeto pasara a las hábiles manos del chico travieso. Quizá en él no existía una mala intención, pero pasó el tiempo y la manía de robar no se le quitaba.
Un sábado por la tarde, el chico se fue a pasear al parque, en busca de su siguiente víctima; allí vio a una persona que le llamó la atención: era un anciano que estaba sentado en una banca. Lo que le pareció curioso al jovencito fue que el señor estaba tuerto. Saúl aprovechó esta situación y se le acercó discretamente por el costado ciego, iba dispuesto a sustraer de la bolsa trasera del viejo, una cartera que sobresalía un poco. En cuanto el anciano se descuidó, el chico llevó a cabo su fechoría y enseguida corrió lo más rápido que pudo, hasta que se encontró a salvo en una calle cercana. Se sentó en la entrada de un comercio y, ya con calma, observó la vieja cartera. Era tan delgada, que seguramente no traería mucho dinero. La abrió con cuidado, temblando de emoción; pero lo que vio lo llenó de horror: en lugar de unos cuantos billetes, se veía la imagen de un ojo que lo miraba tenebrosamente. Saúl se estremeció por completo cuando notó que aquél era azul, como el del anciano, lo supo, porque poco antes de arrebatarle la cartera, el viejo había mirado de reojo al jovencito, como si hubiera adivinado sus intenciones.
Aquella imagen maligna hizo que el muchacho ya no quisiera saber más de aquel objeto que lo hacía sentir el más culpable. Cerró entonces la cartera y miró a su alrededor buscando un lugar en dónde deshacerse de ella. Caminó algunas cuadras y al ver un tambo de basura arrojó allí la cartera. Enseguida miró por donde había venido y descubrió, con terror, que el anciano venía tras él. ¡Lo habían descubierto! Saúl se echó a correr hasta que se le acabó el aliento. Fue cuando decidió tomar un descanso después de asegurarse de que ya no lo seguían. Había anochecido y se recostó en el pasto de un parque. Cerró los ojos y se preguntó si lo que acababa de vivir había sido solamente un sueño, pero todo indicaba que no era así. Luego, lo que siguió lo dejó frío de espanto: al mirar hacia el firmamento, descubrió que todas las estrellas se iban convirtiendo cada una en un terrorífico ojo, todos miraban al chico malignamente. Saúl se incorporó y una vez más se echó a correr, espantado, sin querer mirar hacía arriba, pero aquellos terribles mirones lo seguían a dondequiera.
Luego, se encontró con otra desagradable sorpresa: aparecían más ojos en el suelo, hasta tapizar la calle completa, todos miraban a Saúl acusándolo por su fechoría. En ese momento algo llamó su atención: en las manos le empezaron a brotar ojos, primero en las yemas de los dedos y luego en las palmas. Saúl se sentía tan aterrado que pensó que se desmayaría. Después de eso, un torrente de ojos aparecieron por todas partes: en las ventanas de las casas, en los faros de los coches; las personas llevaban un solo ojo, ¡estaban tuertos, como el anciano! Saúl ya no podía soportar más, y no dejó de correr sin rumbo fijo. Fue cuando pasó por un callejón oscuro, pero al mirar hacia el fondo de éste, notó que no había salida del otro lado. Aún así, el jovencito pensó que aquella era su oportunidad para huir de las tenebrosas miradas y se introdujo por la callejuela. Una vez allí, se sintió a salvo, ya que había escapado, al menos por un momento, pero de pronto sintió que lo asían por el cuello. Era el anciano, enojado.
—¡Te atrapé, ladronzuelo inmundo! ¡A poco crees que te me ibas a escapar?
—¡Suélteme, déjeme ir! —respondió el espantado muchacho, al ver que no podía zafarse de las manos del viejo.
El viejo trataba de ahorcarlo, pero Saúl se sacudió y el anciano lo soltó, aunque el chico fue a rodar por el suelo, tosiendo porque casi se quedaba sin respiración.
—Ya no tengo su cartera —le dijo al viejo— si quiere le digo en dónde está.
— No necesito que me lo digas —interrumpió el anciano, mostrando la cartera—, ya la tengo conmigo; mírala.
—¿Y cómo la encontró? —preguntó Saúl, un poco incrédulo.
—Porque en la cartera está mi ojo faltante. No podrás decir que no lo viste. Con él he descubierto a muchos que, como tú, han tratado de robarme. La cartera estaba en un tambo. Cerca de aquí.
—Señor —le suplicó Saúl—, no le vuelvo a robar, se lo juro, perdóneme, por favor, pero quite todos esos ojos.
—Mmmmm, ¿No te gusta ser observado por tantos ojos que te acusan, verdad? ¡Pues es el castigo que mereces por ser un malandrín! Así que esas miradas te van a seguir durante toda tu vida.
—¡Nooo!, por favor, no me haga eso —suplicó el espantado jovencito—. Ya le dije que no lo volveré a hacer.
—¡Pues no! Eso te enseñará a no andarle quitando a la gente sus pertenecías.
Y el anciano desapareció en la oscuridad.
—¡No se vaya! —le gritó Saúl.
Pero no recibió respuesta. El espantado joven se quedó solo en el callejón oscuro y sintió más miedo que el que hubiera tenido en toda su vida. Trató de taparse la cara pero los ojos de sus manos lo miraron duramente y mejor volvió a llamar al misterioso señor:
—¡Regrese, no me deje aquí, por favor!
Entonces se escuchó la voz del viejo, quien surgió de entre la nada.
—¿Qué estás dispuesto a hacer para que te quite el castigo, pequeño ladrón?
—Lo que usted me pida —respondió Saúl—, pero ya quíteme los ojos de mis manos y también los que están en el cielo y por todas partes.
—No creas que es tan fácil, muchacho travieso, tu castigo no terminará, a menos que estés dispuesto a cambiar.
—¿Dígame qué debo hacer y lo haré.—¿Y por qué habría de creerle a un malandrín como tú, que se dedica a robarle a los demás?
—Porque ya no soporto tantas miradas.
—No acostumbro ser tolerante con nadie, una vez que infrinjo un castigo, no lo quito nunca. Vivirás vigilado por siempre. Además, ahora iré a tu casa y le diré a tus padres la clase de sinvergüenza que eres.
—¡Noooo!, ¡a mis papás no!
—Muy bien, estoy dispuesto a deshacer el castigo, pero sólo porque eres un mocoso que no sabe aún nada de la vida; aun así tendrás qué hacer algo para obtener mi perdón, y no será cosa fácil. Hasta que hagas lo que te diga, los ojos te estarán vigilando en todo momento. Solamente tú los podrás ver. Tienes un día para regresar a sus respectivos dueños todo lo que les has hurtado. Mañana, a esta misma hora, estarás en este callejón. Si para entonces has cumplido tu encomienda, los ojos desaparecerán; si no, te seguirán observando… ¡por el resto de tu vida!
—¡Noooo! No me puede hacer esto.
—Sí que puedo. Pero todo está en tus manos, malandrín.
Saúl volvió a su casa, buscó en su cuarto los objetos que había robado y los colocó en una caja, lo malo era que no recordaba a quién le había quitado muchos de ellos. Esa noche pasó largo rato tratando de recordar quienes eran los dueños de cada cosa y por la mañana ya lo sabía, así que se dedicó a regresar todo. Pasó el día entregando por aquí y por allá, siempre bajo la mirada vigilante de los ojos que aparecían por donde quiera. Algunos chicos le daban las gracias, pero otros prometían darle una tunda. Saúl pensaba muy adentro que prefería la tunda, que pasarse la vida siendo observado por los mil ojos. Por la tarde, cuando faltaba una escasa hora para la cita con el anciano, le quedaba solamente un objeto por entregar, era una rara estampa de un súper héroe. Casualmente era el objeto que Saúl más apreciaba y le costaba trabajo devolverlo. Pero su dueño era Carlos, un compañero que vivía a unas veinte cuadras, en otro barrio. Saúl se dio cuenta de que quedaba algo lejos y faltaba muy poco para ir al callejón, aun así decidió irse corriendo hasta la casa de su compañero, pero cuando llegó, las luces estaban apagadas, lo que le hizo crisparse de nervios. Eso significaba que no lograría devolver la estampa y por lo tanto se condenaría a vivir bajo la mirada de los ojos siniestros, para siempre. Se sentó entonces en la banqueta, resignado por su mala suerte. En eso llegó un coche donde, afortunadamente, venía Carlos. De inmediato le hizo la entrega.
—Carlos, vine a regresarte la estampita que te robé —le dijo, avergonzado, pero decidido.
—¡Así que fuiste tú! ¡Todo el tiempo me lo imaginé, pero no estaba seguro! Aunque ya de nada sirve que me la regreses porque ya conseguí otra igual. Puedes quedarte con ella que no me gustan las estampas arrugadas.
Saúl le dio las gracias a su amigo pero no pudo evitar la dura mirada de aquél, aunque era realmente una mirada bondadosa comparándola con todas las que había a su alrededor y que sólo él podía ver. Faltaban escasos ocho minutos para la hora cuando el chico emprendió la carrera de regreso. Tenía que ser veloz, para llegar a tiempo. Arriba y en todos lados, los ojos lo seguían por el camino. Llegó al callejón a la hora exacta, estaba cansadísimo, casi no podía respirar. De pronto en la penumbra del callejón se dejó ver la figura del viejo y Saúl lanzó un largo suspiro: “¡fiuuuuu!” Tranquilo, porque no había llegado demasiado tarde.
—Ya hice todo lo que me pidió —le dijo al anciano, que lo miraba en horcajadas entre la penumbra del callejón.
—Aún no, chiquillo. Esa estampa que llevas en la bolsa no es tuya.
—¡Sí! es mía. ¡Se lo juro!
—¡Además de ladrón, mentiroso! —dijo el señor, enfadado—, ¡no tienes remedio!
—¡Le digo la verdad!; fui a devolverla a su dueño, pero él me la obsequió porque ya tenía otra igual.
—¡Ahá! Puedo ver que ya conoces la diferencia entre las malas y las buenas acciones. Muy bien, ladronzuelo, quiero advertirte que si vuelves a tomar algo que no sea tuyo, los ojos aparecerán y en esta ocasión será para siempre. Ahora quiero que mires a tu alrededor.
Saúl volteó hacia el cielo y notó que todos y cada uno de los ojos se iban cerrando poco a poco, hasta que el cielo quedó nuevamente tapizado de hermosas estrellas, tal y como siempre había sido. Luego miró a su alrededor y descubrió que en la calle tampoco había ya ojos. Sus dedos también lucían como siempre, pero cuando quiso dar las gracias al anciano, aquél ya había desaparecido.
Saúl no tuvo deseos de enterarse hacia dónde se había ido el misterioso señor y mejor se fue de regreso a su casa, contento, ya que los mil ojos habían desaparecido. Ya no miró hacia arriba y no se dio cuenta de que en lo alto del cielo la luna llena parpadeaba.

lunes, 11 de julio de 2011

POLLITA-GUS Por Marion Flores Patiño

POLLITA-GUS
Por Marion Flores Patiño
La luz de la lámpara iluminaba su rostro y sus ojos pizpiretos, con esa pinta de inocencia que me enfermaba. En el banquillo de los acusados tenía a mi hermana.
—Así que, dígame Sara ¿Cuándo vio usted por última vez a la Pollita-Gus?
Su respuesta balbuceante fue perturbadora.
—Está usted obstruyendo una investigación importantísima —La seriedad de mi discurso debía asustarla un poco—. Mi padre hace algunos meses, trajo a esta casa una hermosa pollita de pelaje amarillo pálido, que hacía “pio-pio”.
Intentaba hacer que la sospechosa se sintiera conmovida con mi historia, aunque fui yo quien se estremeció.
—Pio-pio —dijo mi hermana.
—¿Negará que, usted me acompañaba al gallinero a darle de comer y dejarle agua limpia? —repliqué.
—Pio-pio, Gus —Señaló Sarita hacia el gallinero
—¡Así es! Le pregunto por la Pollita-Gus —dije en tono irónico —. ¡Aquella pollita que me acompañaba a la tienda, a las tortillas a jugar con mis amigos! ¡La misma pollita con collar de piel en el pescuezo para sacarla a pasear!
—¿Pio-pio? Gus ¿Pio-pio? —era la única respuesta de mi hermana.
Después de una pausa, retomé el interrogatorio, para declararla culpable:
—¿Qué estaba haciendo usted el día de hoy a las 8 de la mañana?
Pero ella soltó una risotada.
—¡Se quiere poner ruda! ¿eh?
Concentraba mis energías en mantener la calma, pues comenzaba a desesperarme
—¿Hay alguna persona que pueda sostener su coartada? —le grité.
Había perdido el control. ¡Y yo no debía perder los estribos! Sino Ella, por ser culpable. Trataba de relajarme cuando escuché pasos aproximándose a mi habitación. Era mamá quien entraba hablando por teléfono:
—No Karla, es imposible. No te llamé. A esa hora estaba dejando en la guardería a la bebé. Eso fue antes de las ocho.
¡Demonios! Mi primer sospechoso tenía coartada. Bajé a Sara del sillón y apagué la lámpara.
Salí de mi cuarto con un rehilete de ideas y recuerdos en mi cabeza; por ejemplo, la llegada de Pollita-Gus. ¡Era muy hermosa! Mi padre y yo habíamos hecho la promesa de cuidarla muy bien, hasta engordarla. Recordaba también cuando jugábamos a la gallinita ciega, ¡era muy mala! En lugar de encontrarnos, escarbaba en el pavimento buscando gusanos, como lo hacía en el gallinero. Nunca había visto a una gallina comer gusanos, por eso le puse Pollita-Gus. Tampoco supe realmente cómo jugar con ella, lo único que hacía era picotear y rascar al suelo, entonces mientras yo jugaba con mis amigos en la calle, a ella la amarraba a la defensa de algún coche, hasta la hora de partir a casa.
En una ocasión Sara, mi sospechosa número uno, la dejo encerrada en el ropero ¡Ay! Debieron ver el cagadero que dejó adentro. Mi mamá estaba furiosa:
—Es la última vez que ésa polla entra a la casa —nos dijo.
¡Claro! Yo me las ingenie para pasarla de contrabando. Y hoy, mi pollita estaba desaparecida. Al regresar de la escuela, ella ya no estaba.
Detuve el rehilete de recuerdos entrando al gallinero. Indagué minuciosamente. No había señales de comida, el vertedero tenía agua sucia y en el echadero, estaba dormido Cenizo, el gato. Su tranquilidad me invadió por un instante y comencé a acariciarlo. Cuando de pronto recordé que los gatos son carnívoros, lo tomé sorpresivamente del pescuezo y lo zangoloteé:
—¡Tú eres el culpable, gato apestoso, mira nada más la panzota que te cargas! —El gato me vio furioso—¿Qué hiciste con Pollita-Gus? ¡Confiesa!
Cenizo seguía luchando para escapar de mí.
—¿Dónde está Pollita-Gus? —le grité.
En el zarandeo me rasguñó. No pude sujetar más a Cenizo y aprovechó para escapar rápidamente. Corría tras él y el muy astuto saltó la barda del patio, se sentó agitando su cola, viéndome fijamente. En cuanto me aproximé para agarrarlo de la cola, él corrió, perdiéndose en las azoteas. ¡Demonios! No creí que fuera tan ágil. De cualquier manera iba a regresar.
Con mis binoculares vigilé los techos y la calle, iba de mi cuarto al de mis padres; era un cazador a la espera de su víctima. Seguramente si el gato había escapado, era porque el muy bribón se había comido a mi Pollita-Gus. Con esos ojos atentos sin perderla de vista, en su pose de acecho… ¡tenía que haber sido él! No cabía duda alguna. Sin embargo, debía pensar en otra forma de interrogarlo.
Planeaba mis estrategias. De pronto sentí un roce en mis piernas y ahí estaba el segundo sospechoso ¡A mis pies!
—¡Aquí estás!
Lo agarré, lo subí a mis piernas y le acaricié la cabeza
—Cenizo, no seas malo ¿Dime en dónde está la Pollita-Gus? —Sus ojos se entrecerraban y ronroneaba — ¡No quiero que ronronees! ¿Dime qué has hecho con la pollita?
Cenizo saltó de mis piernas y salió del cuarto con la suavidad de una hoja al viento. Lo seguí con cautela. Mi consigna era castigar al culpable de la desaparición de Pollita-Gus. Cenizo caminó hasta su arenero. ¡Eureka! Eso es, con la popo del gato podía averiguar si él se había comido a Pollita-Gus. Cuando terminó, me acerqué al arenero y con un palito exploré… ¡No había rastro alguno! Cenizo era inocente.
Me encontraba donde mismo, o quizás no. Por lo pronto mi hermana y el gato no eran culpables de la desaparición de mi pollita. ¡Qué lío! Necesitaba pistas y… ¡Por supuesto! ¡Había que buscar plumas!
Del escritorio de mi mamá tomé una lupa y comencé la búsqueda de la pista sagrada. Observaba en los cuartos, en los baños, en la sala. Nada.
Llegué al jardín y cerca del lavadero, encontré una pluma. ¡Por fin había encontrado algo valioso y útil! Gracias a la lupa, pude observar la claridad de aquella pluma amarilla apuntando a la casa de Cuco; allí estaba el culpable durmiendo plácidamente en la perrera. Y… ¡Oh por Dios! ¡En su nariz colgaba una pluma! Arrojé la lupa, abrí el hocico del perro, le saqué la lengua para meter mi mano y ver si encontraba algo adentro. En un principio el perro no se resistió, pues estaba dormido; pero cuando despertó se jaloneó y trató de zafarse. Apliqué una llave: la urracarrana. Ése pedazo de perro iba a pagar por la desaparición de Pollita-Gus. Cuco puso cara de “¡yeah! ¡Qué divertido!” a mí me hervía la sangre. Estaba a punto de hacerle la quebradora cuando mi mamá llegó:
—Tengo horas hablándote para que vengas a comer. Deja en paz a Cuco y vámonos a comer. Lávate las manos —rugió.
—Mamá, es que Cuco… — solté al perro.
—¡NADA! A comer —cortó de tajo mi explicación.
Cuco seguía con la fiesta, saltando de un lado a otro y moviendo la cola. Mi madre me arrastró hacia el lavamanos y me sentó en la mesa. Mi indignación era muy grande, busqué, seguí pistas, encontré al culpable del secuestro… ¡Y yo estaba en la mesa comiendo! en lugar de castigar y torturar al perro, hasta hacerlo llorar y suplicar por su vida.
Mi mamá puso sobre la mesa el caldo.
—¿A qué jugabas con Cuco? —preguntó mi madre.
—¡No estaba jugando! Es que Cuco se comió a Pollita-Gus —Le dije muy enojado y sorbí el caldo.
—Ha de estar en el gallinero —me respondió mi ignorante madre.
—No está en el gallinero —gruñí.
—¡Oh! Ya fuiste al gallinero —. Su respuesta no me gustó, pero seguí con mi caldo.
—También ya le pregunté a Sara y al gato. El único culpable es el perro — Me desahogué
—¿Estás seguro que fue Cuco?
—¿Quién más podría haber sido? —Contesté — O ¿Tú la has visto?
—Eh mmm —. Carraspeó mi mamá
Por un instante todo lo vi con claridad. Cuando yo me fui a la escuela, Sara estaba en la guardería, Cenizo, Cuco y mi mamá estuvieron en la casa toda la mañana. Cenizo era inocente y Cuco sospechoso. Sin embargo, a mi mamá no la había interrogado y era igual de sospechosa que todos los demás.
Tragué un pedazo de carne de pollo, mientras comenzaba a planear el interrogatorio.
—¿Dónde está Pollita-Gus, mamá?
Directo, con bisturí, sin anestesia, un corte perfecto. Mi madre dejó de comer, volteó su silla hacia mi lugar y su mirada era de culpabilidad.
—Tu padre trajo a Pollita-Gus porque tarde o temprano la íbamos a preparar para comérnosla.
Su contestación fue directa, sin bisturí y sin anestesia.
—¿Me la estoy comiendo? —pregunté y mi madre sólo movía la cabeza afirmativamente — ¡NOOOOOO!

HOMBRES-TOPO cuento de Julio Edgar Méndez

Toda la noche me la pasé persiguiendo a seres mitad hombre, mitad topos, que eran capaces de enterrarse en la tierra y atravesar a gran velocidad tramos largos para atacar a su presa emergiendo desde el subsuelo. Muy a lo lejos se escuchaban unos sonidos de animales raros, había una luz amarillenta que venía de dos lunas arriba de esto que parecía una selva inmensa, oscura, donde una guerra salvaje entre seres extraños y seres parecidos a mí, se estaba peleando sin que yo supiera ni por qué. Yo estaba paralizado por el terror. Las escenas ante mis ojos eran totalmente sangrientas, como los juegos del Xbox. Veía a estos hombres-topo saltar desde la tierra y atacar a los hombres, a las mujeres y hasta a los niños que huían en todas direcciones, pero no eran tan rápidos como sus atacantes. Podía escuchar los latidos de mi corazón con un rápido ritmo de tambor retumbando hasta mi cabeza, mis oídos, mis sienes. No sabía si los gritos que escuchaba eran míos o de las demás personas. El miedo no me dejaba ni pensar hasta que alguien, no alcancé a distinguir quién, seguramente algún chico, me dijo:
-Tú tienes el poder para destruirlos. Coloca tus brazos como si tuvieras un arco entre ellos y dirígelo a los Stumbles. Apunta, piensa en matar y los aniquilarás.
Lo hice así y en efecto, los hombres-topo explotaban como si tuvieran por dentro una granada expansiva. Primero abrí mis brazos hacia lados opuestos, como tensando un arco y creí que tenía que afinar la puntería. Pero después de ver que se acercaban demasiado rápido, empecé desesperadamente a dirigir mis manos hacia ellos con un movimiento veloz de apunta y dispara, que los hacía volar en pedazos incluso antes de que emergieran de la tierra. Como se parecía a un juego de video, me volvió un poco el valor porque yo jugaba súper bien casi todos los juegos, pero la tensión seguía manteniéndome demasiado nervioso y asustado. Pude mirar que otras personas también atacaban a los Stumbles, (que así me habían dicho que se llamaban esos seres), con arcos invisibles como el mío, pero de los de ellos se alcanzaba a distinguir una línea diminuta de luz que salía de sus manos y pegaba en aquellos hombres-topo haciéndolos partirse en pedazos. Supongo que de mis manos no veía nada de luz por la rapidez con que lo hacía. Comencé a relajarme al sentirme apoyado y en clara ventaja contra ese ejército de monstruos y hasta llegué a pensar que eso era genial, mi arco de luz era una arma increíblemente eficaz, no necesitaba recargarla ni se quebraba o descomponía, incluso sería utilísima para acabar con los enemigos de Batman o Linterna Verde, cuando de pronto la imagen comenzó a descomponerse; las lunas empezaron a borrarse, los sonidos de aquellos animales desconocidos se convirtieron en maullidos y ladridos, la noche se hizo más clara, ya no había selva, sólo las paredes de mi cuarto. ¿Batman? ¿Linterna Verde? En este mundo de seres extraños, armas invisibles, mentes poderosas, lunas dobles, no existen esos personajes, esos son de los comics, o más bien pensado... ¡Lo que TAMPOCO existe, es el mundo que estoy viendo! Y este descubrimiento me despertó. Eso y que tenía unas ganas tremendas de orinar. Medio dormido fui rápidamente al baño, hice lo que tenía que hacer, me lavé las manos no sé si con jabón y agua o nada más agua, volví a la cama y quise recuperar el resto de la historia. Traté de no hacer ruido para no despertar a mi mamá, que dormía en su cuarto como si tuviera un serrucho en la garganta, pero de esos de veras ruidosos, grrrrr... grrrrr.
Como aún estaba oscuro no tardé mucho en conciliar el sueño, toda mi mente estaba enfocada en las palabras: selva, mundo extraño, dos lunas, seres topo, arma invisible, y así, poco a poco, me volví a quedar dormido.

Desperté de pronto por un portazo que retumbó en toda la casa. ¡Pum! Mis ojos estaban legañosos y algo cerrados. Las manos me temblaban como si hubiera hecho mucho ejercicio, ¿qué fue ese ruido? Ah!, seguramente dejé la puerta del patio abierta y el aire la azotó. Mi mamá me regañaba siempre por lo mismo. Salté de la cama, bajé las escaleras, casi me tropiezo en los peldaños finales y medio adormilado entré a la cocina para cerrar la puerta del patio.

Ahí, en la mesa para desayunar, había un libro abierto a la mitad. Estaba ilustrado. ¡Eran las mismas imágenes de mi sueño! Los hombres-topo, las personas con arcos invisibles y rayos de luz saliendo de entre sus manos, todas las escenas que yo había soñado, descritas a la perfección en cada una de las páginas que comencé a hojear con rapidez, ¡estaba padrísimo!, ¿cómo era posible que ya hubiera un comic con mi sueño? Eran todas las mismas escenas. Excepto por una de ellas. En el último cuadro de las ilustraciones del libro-comic, estaba yo. En calzoncillos, parado en medio de mi cocina, con los ojos llenos de asombro, mientras que por detrás de mí se veía a un hombre-topo tirándome una mordida al cuello.

Así que todo me salió mal ese día; tuve un cincote en el exámen de mate, la ñoña de la Jenifer me pasó un papelito con un corazón flechado con nuestras iniciales enfrente de todo el salón, se me cayó mi galleta con salsa Búfalo por andar empujando a los niños de primero y nunca terminé el sueño donde ya me estaba volviendo un héroe. Y para colmo, morí despedazado por un ser inexistente, en medio de mi cocina y en puros calzones.

EL MUNDO DE NAYDE cuento de Socorro López Núñez

Fui con mis amigos a acampar, escogimos una región boscosa, cerca del rio, después de levantar las casas de campaña, decidimos explorar un poco por los alrededores.
Escuché una música extraña pero conocida, traté de recordar donde la había oído y me di cuenta de que en el cine, parecía ser música de gaitas, la que se mesclaba con los sonidos de la naturaleza semejando algo mágico, me sentí intrigado, ¿gaitas aquí?, caminé tratando de descubrir de donde venía la música, el aroma de la primavera llegaba a mí como una suave brisa, seguí caminando sin darme cuenta de que me había alejado mucho de mi campamento y amigos; fue entonces cuando la vi, era una hermosa joven con un vestido hecho de conchas, la que absorta tocaba la zampoña; los rayos del sol a través de los arboles la iluminaban dando a su piel y ropas un aspecto irreal. Estaba atontado, no sé cuánto tiempo pasé inmóvil escuchándola, cuando dejó de tocar me acerqué lentamente, ella al verme trató de huir, pero se lo impedí tomándola de la mano.
-No te vayas-
-Déjame.
-¿Quién eres, cómo te llamas?
-Tengo que irme.
-No voy a hacerte daño.
- ¿Me lo juras?
-Te lo juro, solo quiero ser tu amigo.
- Entonces acompáñame. Mi nombre es Nayde y soy un espíritu de la naturaleza.
-¿Eres real?- pregunté.
_Por supuesto- dijo sonriendo.- Acompáñame.
Me tomó de la mano y comenzó a caminar. Yo la seguía fascinado, así llegamos hasta la boca del río. Nayde se arrojó al agua arrastrándome con ella. Una corriente nos arrastró hacia el mar, “es mi fin “pensé, la corriente nos seguía arrastrando y nos acercábamos peligrosamente a unos arrecifes de coral, cerré los ojos esperando mi muerte destrozado en ellos.
De pronto, sentí que todo se aquietaba, tampoco yo me movía, no sentía dolor ni escuchaba ruido alguno. ¡Estoy muerto!-pensé, pero en ese momento se escuchó una fuerte voz:
-¡Alto! ¿Qué hace él aquí?
-Yo lo traje. Prometió no dañarnos.-dijo Nayde.
-Antes de admitirlo como amigo, debe pasar una prueba.
-¿Qué prueba? ¿Dónde estoy?- pregunte temeroso.
-¿Llévenselo!- prosiguió el anciano?
No sé de donde salieron dos fuertes jóvenes montados en enormes peces, llevaban el torso descubierto , como arma portaban unos arpones, me condujeron a un camino lleno de latas vacías, botellas plásticas y basura en descomposición. Mis pies se hundían entre los deshechos haciéndome resbalar y caer más de una vez.
Por fin llegamos a nuestro destino: hermosas casas hechas de piedras marinas, estaban abandonadas, algunas totalmente destrozadas, las calles y avenidas totalmente cubiertas de un lodo espeso y maloliente. “¿Qué vamos a hacer aquí?” pregunté, nadie respondió, busqué a mi alrededor, estaba solo, mis guardianes habían desaparecido.
La luz era más tenue a cada momento, me sentía fatigado, también tenía miedo, por lo que busqué un lugar donde refugiarme para descansar, con la esperanza de que los jóvenes de los arpones regresaran. Vencido por el cansancio me quedé dormido, aunque no por mucho tiempo. “¡Un terremoto!” grite, despertando espantado, recordé donde estaba. Hasta ese momento reaccione “estoy respirando bajo el agua”, pero no pude seguir con mis reflexiones, pues el temblor se sintió nuevamente, intenté, salir de mi refugio para alejarme de las construcciones, entonces me di cuenta de que no estaba temblando, era una avalancha de lodo pestilente, que caía sobre la ciudad, volví a mi refugio.
El olor era insoportable.
“Me trajeron aquí para dejarme morir”, pensé, esperare la muerte. Luego me rebelé, “No lo lograrán, no me voy a quedar aquí, tengo que salir”. Trepando por las ruinas de las casas, llegué a los restos de azoteas, caminé por ellas con mucho cuidado, pues en caso de caer moriría sepultado entre la podredumbre. En ratos quise desistir y dejarme, pero mi corazón decía “vuelve a intentarlo”, cada vez era más difícil, mis manos estaban lastimadas, mis pies se movían con dificultad, resbalé , caí al vacío…
Unas manos poderosas me sostuvieron, entonces perdí el sentido.
Cuando desperté, me encontraba recostado en una cama de algas, Nayde estaba a mi lado,” ¿qué pasó?”Pregunté, ella sonrió y salió de la habitación, (era un lugar pequeño y muy limpio, decorado con variedad de conchas.), por la puerta apareció el anciano culpable de mis desgracias. Tuve miedo.
-Bienvenido a nuestro pueblo-dijo- pasaste la prueba.
-¿Qué prueba pregunté?-él continuo hablando.
-No cualquier humano puede ver a un espíritu de la naturaleza, únicamente los de buen corazón, por eso Nayde te trajo con ella, pero antes de aceptar tu presencia en nuestro mundo y darte una misión, debía comprobar tu valor. La prueba era dejarte solo en nuestra antigua ciudad y que salieras de ella. ¡Lo lograste!
-¿Su antigua ciudad?
-Sí, por miles de años fue nuestro hogar.
-¿Qué sucedió? ¿Por qué la abandonaron?
-Aparecieron los hombres. Al principio convivimos con ellos, guiábamos los peces hacia sus redes, para que no les faltara alimento, les dábamos consejos y medicinas, pero hoy…
-¿Hoy qué?
-El hombre está destruyendo el planeta, todo lo ensucia y contamina, destruye la naturaleza y con ella a los espíritus que la habitan (existen otros seres como nosotros en la superficie y en el interior de las montañas), tu lo palpaste, estuviste entre contaminantes, primero en el camino, luego en la ciudad. . .
-La avalancha de lodo –me apresure a concluir.
-No es lodo-el anciano sonrió tristemente.
-¿Entonces?-pregunté temeroso de lo que estaba pensando.
-En las noches descargan las aguas negras del puerto. Esa es la razón por la que abandonamos nuestra ciudad. Logramos refugiarnos en los pocos lugares como este donde no hay contaminación, pero ven, acompáñame a conocer mi pueblo.
Salimos del cuarto y pude ver que sus pequeñas viviendas estaban talladas en el arrecife.
Todo en el pueblo era realmente mágico. Los niños más pequeños aprendían a montar sobre los caballitos de mar, los más grande a conocer flora y fauna (enseñados por una anciana), hombres y mujeres de diferentes edades trabajaban en grupos, unos preparaban la comida abriendo ostras pequeñas, luego las colocaban en enormes conchas que servían como bandejas; otros limpiaban las conchas desechadas por los primeros para pulirlas después las pasaban a los encargados de elaborar ropas, utensilios, adornos y otras cosas más. También vi un manta raya tripulada por uno de los jóvenes que conocí el día anterior, en ella traía un cargamento de ostras para los cocineros, al verme me saludó moviendo la mano con alegría.
Estaba feliz contagiado de la armonía que reinaba en el lugar.
-Es hora de que regreses a tu mundo –dijo el anciano –desde hoy tu misión es salvar la naturaleza, lucha por ello.
Cuando nos necesites, toca esta zampoña y te buscaremos, amigo.
Ahora vete.
Una fuerte corriente me arrastró, no supe más.
Desperté en el bosque, anochecía mis amigos me buscaban, solo habían pasado unas horas, no dije nada de mi aventura, “fue un sueño” pensé. Sin embargo la zampoña estaba ahí.

domingo, 10 de julio de 2011

ilustracuenteros: Dudas del blog

La casona misteriosa

Ana Lilia Guerrero Vieyra

Es hora de ir a casa, mientras mi maestra nos explica como se hacen las sumas y las restas yo espero impaciente el sonido del timbre para salir a toda velocidad y no es que no me guste la escuela ¡eh!, la verdad es que me encanta pero hoy es viernes. ¿Quieres saber que tiene de especial el viernes?

Pues veras tengo un grupo de amigos con los que nos gusta jugar al detective y crear historias, buscar pistas y ¿porque no? en ocasiones hasta meternos en lugares a los que la gente mayor no se atreve: como los panteones o las casas viejas y abandonadas. Hemos vivido muchas aventuras juntos y hoy estamos tras la pista de la gran casona que se encuentra al final de la calle donde esta nuestra escuela, queremos descubrir los secretos que guarda la bruja, ayer supimos que falleció y queremos conocer más de ella y su casa.

Les platicare un poco sobre Martha, mejor conocida por los niños de la escuela como: la bruja, no sabemos si es señora o muchacha, su nombre lo supimos un día que el cartero lo grito, le calculamos unos setenta años, malhumorada a quien los niños no le hacían ninguna gracia, porque siempre hacían travesuras al jardín que ella tanto cuidaba, nunca hablaba con nadie, ni salía a la calle no visitaba el mercado, siempre vestía de negro. La verdad es que a todos nos gustaba robar flores y salir corriendo, o tocar el timbre de la casa, ¡acepto que fuimos muy traviesos con ella!, pero era muy divertido. Y ahora su vida es un misterio que debemos descubrir.

Un día al tocar el timbre, Mariana la mas pequeña del grupo se cayo, ¡ese día ella amaneció con los pies de trapo! se le atoraron y se fue al suelo como un costal de papas, todos corrimos como siempre, mientras ella gritaba: ¡no me dejen! fue entonces que la bruja, como todos la llamábamos por su pelo alborotado y su ropa vieja y fea, salio de su casa y cargo a Mariana, todos nos quedamos como estatuas pensando que seria de nuestra amiga, Juan dijo: ¿qué vamos a hacer ahora?

Raúl que era el más grande y fuerte dijo: ¡y que tal si se la come!

Patricia la coqueta dijo: ¡basta debemos hacer algo!,

Fue entonces que se escucho el rechinido de la puerta de madera vieja y apolillada, que se abría y Mariana atravesó el jardín y salió de la casa con un delicioso helado, camino lento y con el pie vendado asía nosotros, mientras la observábamos comprobando que estuviera completa y a salvo. Entonces nos platico que la señora Martha se porto muy bien con ella, la curo, le contó un cuento y le regalo un helado, y que en su casa tenia muchas fotos y cosas raras, además vio una puerta de cristal brillante parecía un pasaje secreto.

Después de esto decidimos no cortar más flores, tal vez la bruja, había usado a Mariana como carnada para atraernos hasta su casa y después nos torturaría hasta morir, mientras ella reía, o tal vez pensaba comernos uno a uno. Pero ahora que ella ya no esta planeamos ir los seis. ¿Cuáles seis? Pues mis cuates y yo ¡Ah! Solo les he hablado de 4, es que me falta platicarles de Santiago el niño más inteligente que jamás hallan conocido, el no habla mucho, pero es un gran chico nos acompaña a todas partes, nos ayuda a construir maquinas, siempre cuenta con una herramienta extra que nos saca de problemas, el inventor y genio del grupo y por su puesto su servilleta Felipe es más guapo y atrevido.

Hoy conoceremos los secretos de la bruja. Ha sonado la chicharra y todos salen corriendo, yo por estar pensando en lo que vamos a hacer, no pude levantarme para ser el primero. Pero todos me esperan en el patio.

Vámonos se hace tarde, dijo Raúl,

pero antes revisemos que todo este en orden; lupa, lámpara, libreta, cámara, cuaderno para hacer anotaciones, un poco de galletas para el camino.

¡Todo listo!,

Caminamos hacia la casa, al llegar a la puerta hicimos escalerita para entrar.

el primero será Felipe, dijeron todos

­ ¡claro que si!,

Soy el mas atrevido, a si que sin pensarlo salte, luego Mariana, Santiago, Patricia, Juan y finalmente Raúl. Caminamos por el jardín hasta la puerta de madera que estaba entre abierta, íbamos muy ordenados caminando uno detrás del otro, y de pronto la puerta se cerro y Patricia y Santiago gritaron ¡la bruja!.

Todos volteamos pensando que ella estaba ahí, pero no había nada, era solo el viento que nos hizo una broma, todos estábamos asustados aunque lo disimulábamos muy bien, nuestra guía era Mariana que conocía un poco la casa, así que se puso al frente y dijo:

La sala esta a la derecha y al fondo encontraremos la puerta de cristal, síganme.

Raúl encendió la lámpara y todos la seguimos con los ojos bien abiertos para no perder detalle alguno de aquel lugar tan maravilloso, la sala era vieja pero estaba muy bien cuidada, en la pared había muchas fotos lo curioso es que todas eran de niños uniformados.

¡Todos esos niños se los comedia la bruja!, dijo Juan.

No sean tontos, dijo Mariana – ella no comía niños, no recuerdan que a mi no me hizo nada.

Entonces ¿Qué significan esas fotos?,

No lo se dijo Raúl, pero ¡lo vamos a descubrir!

Al llegar a la puerta de cristal, nos quedamos con la boca abierta realmente era hermosa pero no había manija para abrir, ni chapa.

—Tal vez tenga un botón que pueda abrirla, dijo Santiago

Y comenzamos a buscar alrededor, pero no había nada

y si debemos decir las palabras mágicas dijo, Mariana.

Cada uno dijimos una frase pensando en que se abriría, pero nada todo fue en vano, desanimados decidimos salir de la casa, fue justo al dar la vuelta que me tropecé con algo en el piso, era un cofrecito ya tenemos una pista mas, solo que no podía abrirse porque estaba cerrado con llave, decidimos guardarlo en la mochila y buscar más pistas en la enorme casona. Regresamos a la puerta de entrada y subimos las escaleras que rechinaban mucho. El rechinido nos puso la carne de gallina al final de las escaleras encontramos tres cuartos,

¿Por cual empezaremos?, dijo Patricia.

Todos nos volteamos a ver y preferimos dejarlo a la suerte Santiago saco una moneda. El primero fue el de en medio, era un cuarto lleno de juguetes con una cama pequeña, un tocador con una lámpara y una foto de una mujer muy guapa con un niño.

¿Pero quien era esa mujer? Su rostro nos parecía conocido, esta era una pista mas.

Fotos de niños con uniforme, un cofre y ahora la foto de una mujer con un niño.

Aun había lugares por visitar y debíamos buscar más pistas pero la alarma del reloj de Santiago nos aviso que era hora de regresar a casa, ya eran las siete y nuestros papás seguramente estaban preocupados por nosotros. Antes de irnos dijo Santiago

déjenme intentar abrir el cofre.

Saco de su mochilita un pequeño instrumento de metal, rodeamos el cofre y nos mantuvimos a la expectativa pensando que ahí encontraríamos la respuesta a TODAS nuestras preguntas, la bruja no quería a los niños pero su casa estaba llena de fotos de niños y hasta existe un cuarto de un niño. Al fin el cofre fue abierto y de el salieron muchas cartas de niños, a su maestra favorita con dibujos y frases donde agradecían su cariño y felicitaban por ser tan divertida, parecía una mujer ejemplar, todos dijimos

¿quien será esa mujer?

Nos quedamos con los ojos cuadrados y la boca abierta al descubrir quere todas las cartas tenían el mismo nombre MARTHA .