sábado, 30 de julio de 2011

EL MUNDO DE NAYDE por Socorro López Núñez

Desde esa tarde mi vida no es la misma, a veces me pregunto si lo que pasó fue real. Es cierto que siempre amé la naturaleza, pero… ¿Quieres saber lo que sucedió? No lo he platicado nunca, pero a ti sí te lo voy a contar.
Fui con mis amigos a acampar, escogimos una región boscosa, cerca del rio, después de levantar las casas de campaña, decidimos explorar un poco por los alrededores; entonces escuché una música extraña pero conocida, traté de recordar donde la había oído y me di cuenta de que en el cine, parecía ser música de gaitas, la cual se mesclaba con los sonidos de la naturaleza semejando algo mágico, me sentí intrigado, ¿gaitas aquí?, caminé tratando de descubrir de que lugar venía la música, el aroma de la primavera llegaba a mí como una suave brisa, seguí caminando sin darme cuenta de que me había alejado mucho de mi campamento y de mis amigos; fue entonces cuando la vi, era una hermosa joven con un vestido hecho de conchas, la que absorta tocaba la zampoña; los rayos del sol a través de los arboles la iluminaban dando a su piel y ropas un aspecto irreal. Estaba atontado, no sé cuánto tiempo pasé inmóvil escuchándola. Cuando dejó de tocar me acerqué lentamente, ella al verme trató de huir, pero se lo impedí tomándola de la mano.
-No te vayas.
-Déjame.
-¿Quién eres, cómo te llamas?
-Tengo que irme.
-No voy a hacerte daño.
- ¿Me lo juras?
-Te lo juro, solo quiero ser tu amigo.
- Entonces acompáñame. Mi nombre es Nayde y soy un espíritu de la naturaleza.
-¿Eres real?- pregunté.
_Por supuesto- dijo sonriendo-. Acompáñame.
Me tomó de la mano y comenzó a caminar. Yo la seguía, fascinado, así llegamos hasta la boca del río. Nayde se arrojó al agua arrastrándome con ella. Una corriente nos llevó hacia el mar. “Es mi fin “-pensé-. La corriente nos acercaba peligrosamente a unos arrecifes de coral, cerré los ojos esperando mi muerte y me imaginé destrozado entre ellos.
De pronto, sentí que todo se aquietaba, tampoco yo me movía, no sentía dolor ni escuchaba ruido alguno. ¡Estoy muerto!-pensé-, pero en ese momento se escuchó una fuerte voz:
-¡Alto! ¿Qué hace él aquí?
-Yo lo traje. Prometió no dañarnos.-dijo Nayde.
-Sabes que antes de admitirlo como amigo, debe pasar una prueba.
-¿Qué prueba? ¿Dónde estoy?- pregunté temeroso.
-¿Llévenselo!- prosiguió el anciano?
No sé de donde salieron dos fuertes jóvenes montados en enormes peces, llevaban el torso descubierto , como arma portaban unos arpones, me condujeron a un camino lleno de latas vacías, botellas plásticas y basura en descomposición. Mis pies se hundían entre los deshechos haciéndome resbalar y caer más de una vez.
Por fin llegamos a nuestro destino: hermosas casas hechas de piedras marinas, estaban abandonadas, algunas totalmente destrozadas, las calles y avenidas totalmente cubiertas de un lodo espeso y maloliente.
-¿Qué vamos a hacer aquí?- pregunté.
Nadie respondió, busqué a mí alrededor pero estaba solo, mis guardianes habían desaparecido.
La luz era más tenue a cada momento, me sentía fatigado, también tenía miedo, por lo que busqué un lugar donde refugiarme para descansar, con la esperanza de que los jóvenes de los arpones regresaran. Vencido por el cansancio me quedé dormido, aunque no por mucho tiempo. “¡Un terremoto!” –grité-, despertando espantado. Recordé donde estaba. Hasta ese momento reaccione: “estoy respirando bajo el agua”, pero no pude seguir con mis reflexiones, pues el temblor se sintió nuevamente. Intenté, salir de mi refugio para alejarme de las construcciones, entonces me di cuenta de que no estaba temblando, era una avalancha de lodo pestilente, que caía sobre la ciudad, volví a mi refugio. El olor era insoportable. “Me trajeron aquí para dejarme morir”- pensé-, esperaré la muerte. Luego me rebelé: “no lo lograrán, no me voy a quedar aquí, tengo que salir”-me dije-. Trepando por las ruinas de las casas, llegué a los restos de azoteas, caminé por ellas con mucho cuidado, pues en caso de caer moriría sepultado entre la podredumbre. En ratos quise desistir y dejarme caer, pero mi corazón decía “vuelve a intentarlo”. Cada vez era más difícil, mis manos estaban lastimadas, mis pies se movían con dificultad, resbalé, caí al vacío… sentí que unas manos poderosas me sostuvieron, entonces perdí el sentido.
Cuando desperté, me encontraba recostado en una cama de algas, Nayde estaba a mi lado.
- ¿Qué pasó?-Pregunté.
Ella sonrió y salió de la habitación, (era un lugar pequeño y muy limpio, decorado con variedad de conchas.), por la puerta apareció el anciano culpable de mis desgracias. Tuve miedo.
-Bienvenido a nuestro pueblo-dijo- pasaste la prueba.
-¿Qué prueba?-pregunté- él continuo hablando.
-No cualquier humano puede ver a un espíritu de la naturaleza, únicamente los de buen corazón, por eso Nayde te trajo con ella, pero antes de aceptar tu presencia en nuestro mundo y darte una misión, debía comprobar tu valor. La prueba era dejarte solo en nuestra antigua ciudad y que salieras de ella. ¡Lo lograste!
-¿Su antigua ciudad?
-Sí, por miles de años fue nuestro hogar.
-¿Qué sucedió? ¿Por qué la abandonaron?
-Aparecieron los hombres. Al principio convivimos con ellos, guiábamos los peces hacia sus redes, para que no les faltara alimento, les dábamos consejos y medicinas, pero hoy…
-¿Hoy qué?
-El hombre está destruyendo el planeta, todo lo ensucia y contamina, destruye la naturaleza y con ella a los espíritus que la habitan (existen otros seres como nosotros en la superficie y en el interior de las montañas), tú lo palpaste, estuviste entre contaminantes, primero en el camino, luego en la ciudad. . .
-La avalancha de lodo –me apresure a concluir.
-No es lodo-el anciano sonrió tristemente.
-¿Entonces?-pregunté temeroso de lo que estaba pensando.
-En las noches descargan las aguas negras del puerto. Esa es la razón por la que abandonamos nuestra ciudad. Logramos refugiarnos en los pocos lugares como este donde no hay contaminación. Pero ven, acompáñame a conocer mi pueblo.
Salimos del cuarto y pude ver que sus pequeñas viviendas estaban talladas en el arrecife.
Todo en el pueblo era realmente mágico. Los niños más pequeños aprendían a montar sobre los caballitos de mar, los más grandes a conocer flora y fauna (enseñados por una anciana), hombres y mujeres de diferentes edades trabajaban en grupos, unos preparaban la comida abriendo ostras pequeñas, luego las colocaban en enormes conchas que servían como bandejas; otros limpiaban las conchas desechadas por los primeros para pulirlas; después las pasaban a los encargados de elaborar ropas, utensilios, adornos y otras cosas más. También vi una manta raya tripulada por uno de los jóvenes que conocí el día anterior, en ella traía un cargamento de ostras para los cocineros, al verme me saludó moviendo la mano con alegría.
Estaba feliz, contagiado de la armonía que reinaba en el lugar.
-Es hora de que regreses a tu mundo –dijo el anciano.
-Pero…
-Tú tiempo bajo el agua terminó. Al traerte, Nayde te envolvió en una burbuja con aire de la superficie, por eso puedes respirar, tú no puedes verla. El aire se está agotando, debes irte o morirás.
-Lo siento-dijo Nayde.
-¿Puedo despedirme de los demás
-No hay tiempo. Pero el motivo para que vinieras fue una misión y no te puedes ir sin conocerla. Desde hoy tu misión es salvar a la naturaleza, lucha por ello, no desistas. Cuando nos necesites, toca esta zampoña y te buscaremos, amigo. Ahora vete.
De inmediato sentí que una fuerte corriente me arrastraba alejándome de ahí, entonces perdí el sentido.
Desperté en el bosque, apenas anochecía. Mis amigos me buscaban. Sólo habían pasado unas horas, yo no dije nada de mi aventura, “fue un sueño” – pensé-. Sin embargo esta zampoña que siempre me acompaña. Estaba junto a mí.
¿Tú qué piensas?

martes, 26 de julio de 2011

Umbra - repost

Perdón a todos por repostear esto, pero esta es la versión -final- de mi cuento. Ya corregí unos detalles que estaban todavía en la última versión que postee.



Umbra

por Javier Romero


Hubo una vez, en una tierra muy lejana, una feliz pareja que tuvo un niño. Eran pobres y en ese tiempo los nacimientos ocurrían en la casa de uno, asistidos por la partera del pueblo. El nacimiento transcurrió sin problemas. El niño había nacido saludable y completo, para alegría de los presentes. Al principio nadie notó nada extraño con el bebé, pero mientras la partera limpiaba al niño, casi lo dejó caer cuando vio la sombra del pequeño dibujada en la pared por la luz de las velas: unos pequeños cuernos, alas de murciélago y una cola que terminaba en pico sobresalían de aquella minúscula figura. La comadrona se persignó mientras rezaba una oración, a la vez que se los entregaba a los padres. Éstos, asustados de ver aquella sombra, tomaron al niño, temblorosos. La madre, sin embargo, cargó a su hijo y lo abrazó con ternura y amor. La pareja hizo que la partera jurara que aquél secreto nunca escaparía de sus labios. Ella prometió no revelar nada a nadie y prender una vela cada mes, así como orar, porque esa luz iluminara a aquel niño que había nacido con una sombra como esa.

El tiempo transcurrió. Para evitar que alguien descubriese el secreto de su hijo, sus padres lo cubrían, sin importar la estación o el clima, con mucha ropa cada vez que salía o que llegaban visitas a la casa. Camisas, gorros, guantes, abrigos, sombreros, pantalones, y demás ocultaban los rasgos más llamativos de aquella sombra demoníaca.
Dylan, que era el nombre del niño, creció sin mayores problemas. A pesar de que lo consideraban raro por siempre estar tan abrigado, tenía amigos y era feliz. Claro, él mismo estaba consciente de su sombra, así como de los problemas que acarrearía si alguien se enteraba de ello, pero prefería no pensar mucho en esas cosas.

Ocurrió una tarde de tormenta. El cielo era un tapiz negro cuya superficie cambiaba para revelar formas tenebrosas que escupían relámpagos y maldecían con sus voces de truenos. Hacía unas pocas horas, sólo un par de nubes perezosas pastaban en la pradera azul. Todos fueron sorprendidos sin sombrillas ni paraguas, tanto los niños en la escuela, como los adultos en sus trabajos. Los estudiantes pudieron salir antes para que no les atrapara la cortina de agua que caería, sin lugar a dudas, de inmensos nubarrones. Por desgracia, las nubes deseaban empapar aquella tierra, en especial a sus habitantes, pues apenas salían los escolares, cuando el cielo comenzó a llorar. La tormenta parecía castigo divino. Algunos hubieran recordado aquel día por su impredecible naturaleza, pero estaría en la memoria de todos por otro motivo: una ráfaga de viento helado robó el sombrero y levantó la gabardina hasta el cuello de Dylan; la luz de un relámpago también se convirtió en ladrona aquella tarde, pues clara como el día, reveló los cuernos y la cola dibujados en el piso a todos sus atónitos compañeros. Sosteniéndolo entre varios, lo acercaron a uno de los faroles que se habían encendido para combatir la oscuridad. Sus rostros se llenaron de horror al contemplar la sombra maligna. Aquéllos que en ese momento lo retenían abrieron sus puños para soltarlo, asqueados de tocar a un ser como aquel: un demonio disfrazado de compañero de clases, de niño, de amigo.
Todos le gritaban maldiciones y amenazas, sus voces compitiendo con los estruendos celestiales. Algunos tomaron piedras u objetos tirados en las calles empedradas para lanzárselos; unos cuántos de estos proyectiles alcanzaron a Dylan. Él solo podía escapar, despavorido. Jamás pensó que fuesen a tratar de esa manera a alguien que conocían desde hacía tanto tiempo. Llegó a su casa, y encontró a su madre preparando la comida. Le contó lo que había ocurrido. Ella lo estrecho contra su pecho y le besó la frente. Tendrían que escapar de ahí cuanto antes, de lo contrario lo más seguro era que los matarían a ambos.
Su madre no estaba equivocada: la voz se corrió en todo el pueblo. En cuestión de minutos, y a pesar de la tormenta, una turba se movía con dirección a la pequeña casa que había visto nacer al niño de la sombra diferente. El padre de Dylan, en su camino de regreso a su hogar, tras escuchar lo que quienes que azuzaban a la muchedumbre gritaban, corrió sin detenerse hasta su hogar; alcanzó a su esposa e hijo para los tres huir con lo más esencial empacado en un par de valijas. En el camino, algunos hombres, les cerraron el paso para tratar de capturarlos. “¡Bruja!” —le decían a su madre—, mientras que a su padre le llamaban “servidor de Satanás”; al propio niño lo marcaron como monstruo o engendro. A pesar de que eran cuatro hombres, el padre de Dylan se lanzó contra ellos. Uno de aquéllos se resbaló y parecía haber quedado noqueado, mientras que las lámparas de aceite se rompían en el suelo, esparciendo el líquido en los charcos de agua que el cielo seguía decantando. Los otros hombres asieron de los brazos al padre de Dylan, pero su esposa salió a defenderlo mientras le gritaba a su hijo que huyera. Paralizado de miedo, el niño no se movía. El hombre que se encontraba en el suelo le agarró el talón, esperando capturarlo. Dylan pateó aquella mano que lo apretaba con tanta fuerza, logrando que le soltara para escapar. Asustado y confundido por todo lo que estaba ocurriendo, salió corriendo, perdiéndose en aquella tormenta que resonaba con su alma.
Cuando ya no pudo más, cuando sus pulmones le ardieron y sintió que su corazón estallaría, se sentó. Por primera vez giró para ver su pueblo. Observó dos nubes de humo elevarse como pilares de ónix hacía el cielo, fundiéndose con el negro techo que era la tormenta. Contempló largamente las fumaradas, pensando en que, dentro de ellas, se iban sus memorias, sus sueños y alegrías de la infancia. Entonces sus lágrimas se confundieron con las gotas de lluvia que surcaban sus mejillas.

El solitario Dylan viajó por el mundo. Siempre vestido con largas y holgadas prendas que le llegaban hasta los pies, así como sombreros o capuchas que no dejaban ver su rostro. Buscó sin descanso libros arcanos, hombres sabios o sacerdotes de antiguas religiones para solucionar su problema: corregir su sombra. Pero todos le rehuían al momento en que les revelaba la razón de sus preguntas y curiosidad por los secretos de antaño. No fue sino hasta que una anciana mujer, cuya edad era en sí un misterio, miró a través de su bola de cristal; consultó las tablas astrológicas; hasta lanzó las runas dentro del cráneo de un hombre ahorcado tres veces, que obtuvo una respuesta. La anciana, con su voz ceniza recitó:

“Deberás viajar al fin del mundo,
más allá de los desiertos de hielo,
más allá de los bosques pétreos
y de las llanuras carmesí.
A la tierra que colinda
con el mundo de la penumbra.
Ahí encontrarás a un demonio
que posee lo que deseas.
Deberás matarlo con tus propias manos
para así recuperar lo que perdiste
desde el momento en que naciste.”

Antes de que el joven de la sombra se retirara, la mujer lo detuvo y de entre los pliegues de su vieja y gastada ropa sacó una larga espada enfundada. Ninguno dijo una palabra, pero Dylan se llevó el arma.
El muchacho comenzó su jornada esa misma noche. Duró 3 años, 3 meses y 3 días llegar hasta el fin del mundo. Cuando llego al borde de ambos mundos, justo ahí, al parecer esperándolo, estaba un demonio sentado en una roca. Era rojo, con una cabeza alargada y un par de ojos depredadores adornaban sus facciones afiladas. Cuando éste avistó al joven humano, descendió de la piedra. Dylan pudo ver que sólo era un poco más alto que él, sin embargo, su figura lo hacía ver amenazador: sus alas eran enormes, y su cola y cuernos parecían hechos para matar. Lo que más llamó su atención fue su sombra que, alargada por el atardecer, se extendía y revelaba una silueta distinta: ella no tenía los temibles cuernos, ni la cola, ni siquiera las alas. Era la figura de un ser humano.
Mientras caminaba, el muchacho desenfundó su espada y el demonio mostró sus garras afiladas como navajas. Quedaron frente a frente. Solo había unos cuantos pasos de distancia entre ellos. Ambos podían escuchar la respiración y sentir el aliento del otro. Se observaron largamente; cada uno preguntándose quién era este contrincante que la vida, o el destino, les había impuesto. Durante este tiempo, las miradas de ambos se cruzaron, buscando a un enemigo en los ojos del otro. Dylan también observó que el rostro del demonio estaba lleno de cicatrices; su mente se llenó de dudas, pensando en si la vida de aquel ser oscuro habría sido igual o peor que la suya.
Estuvieron ahí, quietos, esperando que el otro hiciera el primer movimiento, nuestro héroe levantó su espada, a lo cual el demonio se arqueó para asumir una posición de ataque. La espada relucía con la luz rojiza del atardecer y siguió iluminada hasta que cayó al suelo, inerte, pues la mano que le daba vida la había soltado. Dylan se quedó inmóvil; el demonio se irguió de nuevo, al ver que el humano ya no era una amenaza sin su arma. El silencio que los envolvió fue roto por las pisadas del demonio mientras se acercaba. Cerrando sus ojos, Dylan hizo la paz consigo mismo. Entonces sintió la pesada mano del demonio posarse sobre su hombro. Sus párpados se abrieron y pudo ver una sonrisa en el rostro anguloso de aquel ser tan diferente que seguramente había atravesado por lo mismo, o peor que él. El joven levantó su mano para colocarla en el otro hombro del demonio. Ambos caminaron juntos, hacía donde se oculta el sol, donde las sombras se alargan tanto que pierden forma y sentido, para fundirse en el pasado.

Pollita Gus para iluminar

 
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Pollita Gus 2

 
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pollita gus 1

 
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Pollita gus

 
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